jueves, 8 de agosto de 2013

ALLI DONDE QUIERA QUE ESTES


Agudizo mis sentidos tras ver cómo te marchabas de mi vida; una noche estaba a tu lado contándote qué tal me había ido el día de Reyes y a la mañana siguiente asistía a tu funeral. No supe lo que era el dolor hasta que te perdí. Si hubiese estado allí, si tan solo me hubiese quedado un rato más quizás aún estarías aquí, preparándome tus ricas croquetas y regañando al gato por subirse a la encimera y meter el hocico en la sartén.


Recuerdo el teléfono sonar a las siete de la mañana y mi madre echar a llorar; no presagiaba nada bueno aquella llamada. Tres minutos después y sin más explicación que la de "vístete" comencé el camino hacia tu despedida con la única compañía de mi sombra, aquella que me hacía sentir más pequeña que de costumbre. Quería creer que se trataba de una broma macabra o que estaba dentro de una pesadilla de la cual no podía despertar. Aquella escena me resultaba violenta y repetitiva; decenas de personas acuñadas en tu casa y dándome el pésame, ¡pero cómo se atreven! ¡No estás muerta, lo sé! ¡Si hace un par de horas estaba contigo charlando tranquilamente y recibiendo tu regalo! Entré corriendo a la cocina con la ilusión de verte allí, en tu lugar favorito, pero no había nadie, sólo tu gato negro que parecía perder el aliento por momentos (de hecho, a los dos días cayó enfermo y desapareció). Me dirigí hacia el salón con la esperanza de que estuvieras echando una cabezada en el sofá mientras echaban en la televisión tu telenovela, en su lugar, encontré a mi abuelo llorando y rodeado de personas extrañas. Salí de aquél sitio como pude, conteniendo las lágrimas en mis pestañas y disimulando que comenzaba a admitir la realidad. Ya no estabas.
Los días posteriores los pasé confundiendo a las abuelas de mis amigos contigo, no se parecían en nada a ti pero las veía de lejos y me imaginaba que eras tú, que venías para darme un abrazo y decirme que todo había sido mentira. Te veía por todas partes; en la cola de la carnicería, esperando el autobús, caminando por el paseo marítimo e incluso en los telediarios. El duelo no se me estaba haciendo fácil y mi mente no ayudaba, solo quería volver a abrazarte.


Han pasado siete años y sigo echándote de menos. En ocasiones te veo por el barrio hablando con tus amigas, aunque soy consciente de que simplemente es un producto de mi imaginación, una alucinación que me sigue recordando que un día estuviste aquí. No hay día que no lamente el no haberte dicho lo que sentía en vida, no tuve tiempo para despedirme en condiciones, no sabía que te irías sin avisar.
A pesar de la distancia que nos separa, y a pesar de que ya sea demasiado tarde, quiero que sepas que te amo mucho y que no hay día que no me acuerde de ti. Fuiste como una segunda madre para mí; crecí en tu casa, almorzaba, merendaba y cenaba, me llevabas a la escuela, pasaba todas las tardes en tu casa (era como un sitio de reunión donde todos los familiares pasábamos largas horas allí metidos), siempre estaba en tu calle jugando con el resto de tus nietos y salías para decir "Tened cuidado con los coches y no habléis con desconocidos". Nunca imaginé que te fueses tan pronto. Aún se me ponen los ojos llorosos al recordarte, pero sé que allí arriba por fin eres totalmente feliz y que estás descansando en paz al ver la gran familia que has logrado construir, porque únicamente tú podías ser capaz de traer al mundo a una familia tan maravillosa como la mía.


Gracias por ser mi abuela y gracias por cuidar de todos nosotros allí donde quiera que estés.

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